27 diciembre 2010

Mi funeral en la nieve

Desperté, o eso creía, que había despertado. Estaba de rodillas, rodeado de un immenso mar blanco. Un incesante y creciente desierto de nieve que se extendía almenos hasta donde mis ojos me permitían ver.
A pesar de la tempestad mi cuerpo se mantenía cuerdo y mis sentidos inalterados. Sorprendentemente me percaté que la nieve no cubría ninguna zona de mi cuerpo ni se pegaba en la ropa cómo lo harían los copos de nieve que yo conocía. Me levanté y mis pantalones estaban íntegramente secos.

Las pocas veces que pude disfrutar de la nieve fueron en las escapadas que hacía con mi escasa familia al pueblo de mi padre, en alta montaña. Siempre tenía una mezcla de sensaciones, entre lo incómodo y lo romántico que me resultaba cuando los copos de nieve, a su tranquilo compás de caída, acariciaban fríamente mi piel. Esa sensación de deshielo era tan agradable...pero luego notaba que me empapaba hasta lo más profundo de mis huesos. Supongo que toda rosa tiene sus espinas...

Pero esa vez no notaba esa sensación, era immune a tal suceso, y al frío. Todo me empezaba a parecer soñado.

De entre el pálido horizonte pude ver un creciente destello blanco y de una luminosidad que destacaba increíblemente incluso en ese mapa totalmente acolorido. Parecía acercárseme, pero a un ritmo que aburriría a cualquier eternidad. Tenía miedo, ese miedo a lo desconocido que todo hombre debiera sentir en mi situación, pero pensé que qué más daba, que de todos modos no huiría de ese océano polar. Además, el misterio me empezaba a atraer de cierto modo, a medida que esa lu se aproximaba a mí.
De lejos, la cortina de nieve que se precipitaba melancólicamente me impidió ver qué sería ese destello que cuan más acortaba la distancia que nos separaba me iba percatando que se apagaba para dar forma a un ser que pareciera divino hasta en los ojos del necio.

Y cuanto más se acercó más podía cercenarme de la belleza de la criatura que venía a buscarme. Una belleza lejos de la humana, lejos de la de este mundo...
¡Era un ángel!. De su espalda nacían unas imponentes alas negras propias de una diosa que desplegadas harían de largo cómo dos hombres adultos por banda. Sus rasgos eran de una feminidad envidiable para toda mujer, era esbelta y su tez me recordaba a los relatos góticos que mi madre me contaba cuando llegué a tal edad que los cuentos infantiles me empezaban a aborrecer.
Vestía una especie de túnica negra sin mangas que se arrastraba hasta varios metros de ella. Y su cabello era cómo finos hilos del carbón más oscuro, por si fuera poco, sus ojos azules cómo los valles de Neptuno me acabaron hipnotizando.


No pude moverme, asombro y miedo se apoderaron de mi cuerpo que había quedado paralizado. Mi piel tiritaba, no del frío, sino de algo que portaba en mi interior, una sensación que congelaba por momentos mi corazón.
Y, sin casi darme cuenta, me empezó a hablar. Tenía una voz dulce y melódica. Se expresaba en una lengua muerta, que me pareció por los relatos que conocía la lengua en que se comunicaban los antiguos midianitas y, que solo hablarían según las leyendas los señores de las sombras más longevos.
No le supe contestar, pero por alguna razón que desconozco la entendía desde la primera palabra que pronunció, entendía unos vocablos que los siglos habrían convertido ininteligibles para todo hombre...

Me estaba advirtiendo repetidamente que hacía tarde y que debía seguirla. Su tono de voz era celestial, sino fuera el ángel que parecía ser estaba convencido que cualquier Dios le hubiera puesto precio a su voz.
En esos momentos me sentí el ser más insignificante del mundo, quizá solo por el hecho que tenía delante el ser más bonito que viera cualquier mortal.

Aunque hipnotizado le hice caso y seguí sus pasos. Y tras minutos, o quizá eones, siguiendo la estela de ese fantástico ser pude percatarme forzando la vista que nos acercábamos a una cueva de dimensiones monstruosas.
Ya en su entrada el ángel se arrodilló justo donde la nieve se convertía en roca, evidenciando que a partir de ahí el camino lo debía tomar yo solo. Así era, pues antes que me lo pudiera pensar dos veces me vociferó con una vo gutural, que no parecía pertenecerle, que debía entrar.
No lo pensé ya más veces y me dispuse a entrar. Una parte de mí pensaba que debía haberme vuelto loco y que tenía que haber huído en cuanto la ocasión me lo había permitido, pero en el fondo de mi corazón existía un afán por conocer el misterioso significado de todo lo que estaba sucediendo, y quizá ese oscuro sendero fuera la única manera e averiguarlo...

Fundido a negro. Eso es lo único que recuerdo entonces. Mi mente, aún consciente, permanecía bajo un manto de oscuridad. Pensé que nada más entrar en la cueva debía haber caído y desfallecí, pero me parecía demasiado retorcido. No sentía ningún dolor físico, apenas sé si mi cuerpo existía... me sentía cómo una hoja de otoño que flota en el lago después de abandonar su árbol. Sin embargo, la angustia invadía mi mente, me mantenía despierto, sí, pero atormentándome a tantas preguntas que degustaba un sentimiento de desesperación que parecía consumir mi alma lentamente...

Todo me parecía tan irreal para mis sentidos pero a la par tan dolorosamente cierto para mi cerebro que me daba la sensación que el fuego de mi alma de algún modo había corroído mi cuerpo y que ahora me encontraba condenado a sufrir un dolor mil veces peor que el corpóreo.

Finalmente volví a despertar. No sé si mis ojos permanecieron cerrados por algún hechizo o si había estado enjaulado en el más oscuro valle para tormento de mis pensamientos, pero al fin mis ojos recobraron su función. Pude ver con claridad un amplio y limpio azul en el cielo, mis ojos se resintieron al ver tanto brillo.
Estaba tumbado, boca arriba, levanté la cabeza y observé un amplísimo prado verde. El césped se extendía hasta donde me alcanzaba la vista, que, a lo lejos, también percibía algún que otro árbol solitario.
Me levanté, aturdido, pero la suave brisa que corría me hizo olvidar todos los males que pudiera tener. Pensaba que todo aquel verde en el que estaba atrapado podía haber sido el desierto de nieve en el que desperté por primera vez. Pero no veía la cueva, ni el ángel...

Me sentí perdido... di vueltas sobre mí mismo para otear ese immenso horizonte. Verde, verde y más verde... ¡Espera!, a lo lejos vi algo que parecía una escultura bastante alta y que me parecía una cruz cristiana. Corrí hacia ella.
Efectivamente, mi vista no me engañó, era una cruz, aunque celta, de mármol blanco que sobresalía del suelo hasta alcanzar los dos metros de altura. Miré hacia mis pies y me cercené que estaba pisando un sepulcro, o almenos eso creía al andar sobre tierra removida.
Cuando volví a alzar la vista hacia el monumento aprecié que la parte central de la cruz estaba cubierta por un musgo que impedía leer alguna cosa, o eso me pareció... Así que no lo dudé, acerqué la mano y de una pasada retiré el musgo que me sobraba para disponerme a ver qué secreto se escondía.

Mi alma quebró en trozitos cómo una bola de cristal precipitándosa violentamente contra el suelo, justo en el momento de impactar. En esa cruz yacía escrito mi nombre...

Cerré los ojos invadido por el miedo e la incertidumbre y mis sentidos cobraron fuerza recordando lo que pasó.
Y recordé los golpes, los insultos, las persecuciones, las palizas sin sentido que recibía por gusto de unos necios sin sino.
El miedo se transformaba en ira y mis fuerzas aumentaban a compás con el sufrimiento que por momentos crecía en mi cabeza, pues recordé tambíén la sangre brotando por mis brazos segundos antes de morir plácidamente a mi propia voluntad, cómo lo hubiera hecho el hombre de honor en Roma antes de ver caer su Imperio. Usé mis propias uñas para cortar las frágiles que protegían la sangre de mis brazos inducido por toda la droga que hube tomado para quitarme la vida agradablemente bañado en el agua caliente de mi bañera...

En menos de lo que tardé en respirar una vez vinieron mis recuerdos, caí. El prado desaparecía de golpe, y la tumba, y esos árboles presentes a millas... Tuve la sensación de caer, no pude aguantar el miedo y volví a cerrar los ojos en lo que me parecía la transición hacia otro mundo.
Al fin, oí un fuerte estallido y me pareció tocar tierra. Abrí los ojos y al instante me cercené que me encontraba en el mismo paisaje de frío y nieve que había abandonado, por lo que me parecía, hacía eternidades.


Permanecía, de nuevo, de rodillas. La nieve que me rodeaba estaba teñida de la sangre que aún expulsaban mis brazos. Alzando la vista pude ver el mismo ángel que se me había aparecido en ese escenario.
¿Por alguna razón se me había concedido la vida de ultratumba?, pensaba que nunca encontraría respuesta...
Entonces, delante de mí, ese ángel pronunció las palabras que darían sentido a mi fatídico destino. Unas palabras que jamás nunca podré olvidar...:

El otro mundo aún no te reclama,
yo cuidaré hasta entonces de tu alma.
De entre el suicidio y sus placeres nace tu venganza,
vagarás por las noches y morirás a cada toque del alba.

Aquellos que cazaban serán ahora los cazados,
por tu agonía quedarán algún día enterrados.
De la más oscura penitencia serán esclavos,
hazlos sufrir... yo haré que sus gritos sean en vano

Empieza mi venganza...

2 comentarios:

  1. Un relato muy bueno, al menos mantuvo mi atención expectante hasta el final ^^ Te sigo hace poquito pero, en general, me gusta mucho el blog (admiro las entradas tipo artículos críticos porque soy nula para hacerlas). Pásate alguna vez por el mío (si te ape) :P Necesito visiones externas a mi círculo de amigos sobre lo que escribo XD

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  2. Me ha encantado el final, tienes talento y palabra para escribir.

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